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Introducción

 

 

Parte I

 

El repicar constante de las campanas de la Catedral Áurea alcanzaba todos los rincones de la ciudad mientras Varos avanzaba intranquilo e impaciente entre el cada vez mayor número de gente que se agolpaba en las calles. Ni siquiera su pesada armadura dorada, signo de su posición, ni los dos hombres que le cubrían los flancos garantizaban que de vez en cuando algún ciudadano asustado chocara contra él, para acto seguido alejarse temeroso y pidiendo disculpas.

 

Se dirigía a toda prisa hacia el centro de la ciudad a la Catedral Áurea, corazón de la ciudad de Caradria y por extensión, corazón del Imperio Hemero. En su cabeza la repetición de una misma idea acallaba el rumor y la expectación que se generaba en las calles. El Emperador había muerto, le había dicho uno de los guardias de la ciudad, pero eso no podía ser de ningún modo cierto. Desde hacía más de setecientos años un heredero del linaje de Caradrios se había sentado sobre el trono de Hemeros, dictando leyes e impartiendo justicia por gracia de Hemeros y su padre Thiarn. Pero la acumulación de gente en las calles parecía exagerada para tratarse de un simple rumor.

 

Cuando llegó al puente de Karios, que comunicaba el este de la ciudad con la isla central donde se levantaba la Catedral, la muchedumbre le impedía el paso.

-Abriremos paso, Señor.-Le dijo uno de los guardias que le escoltaban.

-¡Paso al Mariscal del Emperador! -Gritaron los guardias.

Casi al instante se abrió un pasillo entre la muchedumbre que colapsaba el puente. Había algún lugareño que incluso se arrodillaba ante su paso.

 

Después de cruzar el puente se erguía ante él la Catedral Áurea, cuyos capiteles de piedra blanca se alzaban hacia el cielo despejado. Siguió avanzando entre la gente que abarrotaba la plaza hasta llegar al pie del imponente edificio, donde los guardias de armaduras doradas se interponían entre el pueblo y el interior del edificio. Sin siquiera hacer un gesto los dos guardias que había delante de la puerta se apartaron. En el interior un susurro mortecino llenaba las altas naves de la Catedral. Allí se había reunido la flor y nata de Caradria, tanto la alta nobleza de la ciudad como los rectores de la Iglesia habían acudido y, en el ábside de la Catedral, iluminado por los amplios ventanales, un féretro dorado. El temor que inundaba a Varos se había realizado.

 

Aelios Hemeros IV, último del linaje de Caradrios, había muerto. Thiarn le guarde entre las estrellas.

Parte II

Llevaban casi una semana sin apenas salir de la Catedral Áurea. Aquellas reuniones le parecían eternas. Sin duda preferiría estar en los cuarteles adiestrando a sus hombres y ensayando maniobras, no obstante aquella situación era trascendental para el devenir del Imperio. Y como Mariscal de los ejércitos imperiales, debía estar a la altura.

-Entonces -dijo Tranio, leyendo el acta de la reunión- por decisión de la asamblea de nobles de Caradria, la regencia del Imperio Hemero será asumida por el siguiente triunvirato:  Varos Taenaris, Alto Mariscal de los ejércitos del Imperio, Valamer Arimos, Sumo Rector de la Iglesia de Thiarn y, un servidor, Tranio Lovernio, Mayordomo de la Casa de Hemeros y consejero del difunto Aelios Hemeros IV.

 

Varos sintió el peso que sobre él recaía, preguntándose si estaría a la altura de las circunstancias. Él había nacido para el ejército, dirigir a los hombres era su don natural y se desenvolvía con comodidad en el campo de batalla y en las largas marchas. Pero los despachos, la política y las intrigas de la capital eran terreno extraño para él, así que generalmente en estas situaciones se limitaba a escuchar y hacer propuestas que no salieran mucho de tono.

-¿Qué sabemos de los líderes de las naciones?- Preguntó Valamer con su voz seca.
-Bien- respondió Tranio. -El Rey Huren Rothart de Korland respondió cuando conoció la noticia, es de esperar que en pocos días llegue a Caradria. El Consejo de los Arcanos de Sadria enviarán una delegación y a alguno de sus miembros, pero no acudirá el Gran Arcano Nodarion Clamasol. De los líderes de las ciudades atanias no sabemos nada. De la única ciudad que hemos tenido noticia ha sido de Aloris, su señor, Virio Estrus, acudirá en nombre de los suyos.

-Es vergonzoso que los súbditos atanios siquiera respondan a la noticia de la muerte de su señor- se quejó Valamer. -Habrá que tomar cartas en el asunto. ¿Qué sabemos del dux de Lyore?
-El dux Alesso Loredan asistirá junto a otros miembros de la nobleza de Theralia- prosiguió Tranio. -Una vez se dé por finalizado el cortejo fúnebre del emperador, empezaremos a ocuparnos de otros asuntos de gobierno. Nuestra principal prioridad debería ser...

 

Las puertas de la Catedral se abrieron súbitamente causando el silencio del consejero. Un agotado mensajero se dirigía sin resuello hacia donde se encontraban los tres hombres.

 

-¿A qué debemos tal interrupción?- preguntó Valamer contrariado.
-Mis señores- decía entre resoplidos el mensajero -nuestras sospechas se han confirmado, ha estallado la guerra en Atania. Las tropas de Zalata han tomado Vicare y se han iniciado combates entre Delus y Sikatia.

 

La cara de Varos se emblanqueció. El silencio se hizo entre ellos mientras las campanas de la Catedral Áurea empezaban a repicar.

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