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Dogma de la fe de Thiarn

En un principio existía Thiarn quien, habiendo derrotado al gran mal, decidió construir sobre su cadáver toda la creación. Primero creó todo aquello que es inerte: tierra, roca y montañas, que enterrarían por siempre aquello que yacía muerto. Sin embargo, Thiarn no quedó contento con esto.

 

Meditó largo y profundo junto a Therata, su fiel esposa y compañera, durante tiempo incontable y cuando hubo tomado una decisión se levantó de su Trono entre las estrellas e insufló su aliento sobre el mundo. De esta forma Thiarn creó todo lo que que vive y crece, y junto a Therata, dieron forma al mundo.

 

Así fue como Thiarn creó a los hombres, dándoles su misma forma y esencia y, en su benevolencia, les otorgó el don del libre albedrío para gozar a placer de lo que él y su esposa habían creado. Mientras, Therata,  dió el beso de la muerte a los hombres, liberándoles así del peso eterno de los años y regalándole a la creación de su marido merecido descanso.

 

Pero, habiendo sido creados junto a plantas y animales, los hombres eran imperfectos, poco más que bestias que habitaban en cuevas y se alimentaban de lo que cazaban o recolectaban. Habían recibido el aliento de la creación, pero no conocían la voluntad de su creador.

 

De este modo Thiarn mandó a cuatro de sus hijos, cada uno, un aspecto de su padre, para hacer a los hombres partícipes de su voluntad. Así los cuatro predicaron con su palabra:

 

Korgrim, el bastión inamovible, de voluntad inquebrantable, el eterno protector, enseñó a los hombres a dominar la roca y la fiereza de la tierra.

 

Denura, la que danza en las llamas, capaz de dar cálido cobijo y la más horrible de las muertes, enseñó a los hombres a controlar los aspectos más destructivos del fuego.

 

Ashazir, el jinete del céfiro, conocedor de todos los caminos, señor de las nubes, enseñó a los hombres a domar los vientos y encontrar el conocimiento en los cielos.

 

Theralia, la señora de las mareas, la dama abnegada, guardiana de profundos secretos, enseñó a los hombres los frutos del trabajo duro y a controlar la naturaleza voluble del agua.

 

Y cuando los cuatro regalaron a la humanidad la voluntad de su Padre, marcharon.

Los hombres conocían ahora la civilización, pero les faltaba la recta guia de sus maestros y no tardaron en alzarse unos contra otros. Fue un tiempo triste y por ello nuestro Padre volvió a mandar su mensaje. Envió entonces a sus dos hijos predilectos, parte de su esencia más pura para hacer a la humanidad partícipes de él.

 

Fué así como Thiarn envió a su hijo Hemeros, el príncipe áureo, encarnación de la justicia,

y a su hermano Nyctos, artífice de cambios y discordias, para que llevaran el mandato de su Padre a los humanos. Entonces la humanidad floreció en una era de paz, impulsada por la ley de Hemeros, pero su hermano, lleno de envidia, ansiaba sus logros. Pues, al haber traído la paz, Hemeros se convirtió en el adalid de su padre, gobernando en su Creación.

Así pues mediante engaños y argucias, Nyctos urdió una guerra fratricida contra Hemeros.

Fueron tiempos aciagos, los más oscuros que jamás se hayan conocido y nuestro gran Padre lloró largo tiempo por todos sus hijos, pero víctima de esta congoja, no pudo actuar en contra de ellos. La guerra se prolongó incontables años, largas décadas, hasta que Hemeros decidió acabar con ella. Desafió a su hermano en duelo, y con gran dolor, se vió obligado a darle muerte.

 

Después de esto Thiarn jamás volvió a hablar, y Hemeros se vió obligado a partir, pues aunque justos, sus actos le causaron gran pesar. Los humanos le pidieron guia para los años venideros, consejos para no volverse a enzarzar en guerras contra hermanos y Hemeros, en último acto de benevolencia, eligió a su más fiel seguidor, Caradrios, para que estableciera el glorioso Imperio que hoy todavía perdura como garante eterno de la ley y la concordia y encomendó a su estirpe que continuara con su legado, dia tras dia, hasta que estos dejen de existir.

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